El Corazón de las Tinieblas

Joseph Conrad

Autor: Joseph Conrad

La ambigüedad es la nota constante en esta novela.. ¿Se trata de un viaje al Congo belga y las aventuras que viven los personajes en el corazón del Africa? O ¿es, más bien, el relato de un viaje interior que realiza el protagonista confrontado con un mundo desconocido? O ¿se trata de un texto en dónde se narran las vicisitudes de un tipo estrafalario, Kurtz, que se vuelve loco al entrar en contacto con un mundo salvaje? O ¿es una reflexión sobre las brutalidad y los abusos de la colonización? Yo diría que es la suma de todo esto, y mucho más. Porque El corazón de las tinieblas es, al mismo tiempo, un canto a la selva.

Para comenzar, nos encontramos con dos narradores:

-Un narrador anónimo que introduce a Marlowe, y que está presente en la embarcación que flota sobre el Támesis.

-Y Marlowe, que es quien narra lo sucedido en el Africa.

La narración de Marlowe está contenida en la narración del otro, que funciona como presentador y testigo.

Sobre lo que sucedió en el Africa no hay testigos, lo que cuenta Marlowe no podrá ser verificado. El testimonio es suyo, y si es creíble o no, depende del juicio de los que lo escuchan esa noche en la embarcación, y en última instancia de nosotros, sus lectores. Esto contribuye a crear ambigüedad, ya que la novela está basada en el supuesto: si Marlowe lo dice…

Y, para complicar las cosas, Marlowe lo dice de esta manera oscura:

“…Fue algo bastante sombrío, digno de compasión… nada extraordinario sin embargo… ni tampoco muy claro. No, no muy claro. Y sin embargo parecía arrojar una especie de luz”. (pág. 40)

Otro elemento que fomenta esta sensación de ambigüedad es el escenario: cinco viejos marineros se sientan una noche en la cubierta de una embarcación y escuchan un relato oral, ralato de un marinero, profesión que tiene un ingrediente importante de fantasía y aventura. Quien vive navegando, leva anclas sin dificultad, se aleja de la tierra. Y esa manera de vivir los agrupa y los hace diferentes:

“Existía entre nosotros, como ya lo he dicho en alguna parte, el vínculo del mar. Además de mantener nuestros corazones unidos durante largos períodos de separación, tenía la fuerza de hacernos tolerantes ante las experiencias personales, y aún ante las convicciones de cada uno”. (pág. 34).

La tolerancia a la que alude el narrador, explica la credibilidad que se le otorga a Marlowe: si él lo dice, nosotros lo damos por hecho.

Importante también, en este sentido, es el ambiente: el frío y la niebla, el agua que fluye, la bruma y la caída del sol, elementos todos que aumentan la sensación de misterio:

“…la niebla misma, sobre los pantanos de Essex, era como una gasa radiante colgada de las colinas, cubiertas de bosques, que envolvía las orillas bajas en pliegues diáfanos. Sólo las brumas del oeste, extendidas sobre las regiones superiores, se volvían a cada minuto, más sombrías, como si las irritara la proximidad del sol.

Y por fin, en un imperceptible y elíptico crepúsculo, el sol descendió, y de un blanco ardiente pasó a un rojo desvanecido, sin rayos y sin luz, dispuesto a desaparecer súbitamente, herido de muerte por el contacto con aquellas tinieblas que cubrían a una multitud de hombres”. (pág. 34-35).

Y quien vive en el agua, todo lo ve en movimiento, es difícil enfocar con nitidez cuando no se está parado en la tierra:

“En ningún lugar nos detuvimos el tiempo suficiente como para obtener una impresión precisa, pero un sentimiento general de estupor vago y opresivo se intensificó en mí. Era como un fatigoso peregrinar en medio de visiones de pesadilla”. (pág. 52).

EL CHOQUE DE DOS MUNDOS

Es importante señalar, que los que han vivido la experiencia, así como el que la narra y los que lo escuchan, son europeos, personajes de un mundo civilizado. Lo que se narra, y los nativos del continente que se recrea, pertenecen a un mundo salvaje, con otra cultura, y otros parámetros. Ese contraste, también contribuye a crear ambigüedad. Porque no hay nada determinado: los elementos de juicio no son equivalentes en unos y otros. En consecuencia, no hay verdades absolutas, las interpretaciones varían, los valores no son universales.

Marlowe cuenta que cuando oían los tambores en la selva, ignorantes del código cultural, eran incapaces de interpretar el sentido de la música:

“Si aquello significaba guerra, paz u oración, es algo que no podría decir”. (pág. 90).

Es la misma dificultad que tiene para comprender los usos y costumbres de los afriacanos que se han ido mezclando con los europeos, en una desequilibrada relación comercial:

“Llevaba un trozo de estambre blanco atado alrededor del cuello. ¿Por qué? ¿Dónde lo había podido obtener? ¿Era una insignia, un adorno, aun amuleto, un acto propiciatorio? ¿Había alguna idea relacionada con él? Aquel trozo de hilo blanco llegado de más allá de loso mares resultaba de lo más extraño en su cuello”. (pág. 57).

Los europeos que van al Africa negra se transforman una vez que llegan ahí. Es tan dramático el cambio que a veces parecen otros seres, se vuelven irreconocibles:

“Fresleven se llamaba aquel joven, era un danés. Pensó que lo habían engañado en la compra, bajó a tierra y comenzó a pegarle con un palo al jefe de la tribu. Oh, no me sorprendió ni pizca enterarme de eso y oír decir al mismo tiempo que Fresleven era la criatura más dulce y pacífica que había caminado alguna vez sobre sus dos piernas”. (pág. 43).

Marlowe reconoce que él también ha cambiado en la selva. Sus buenas maneras se han convertido en agresividad:

“Yo estaba dispuesto a matar a alguien, pero no había cerca de nosotros ni la sombra de un cargador. Me acordé de las palabras del viejo médico: “A la ciencia le interesa observar los cambios mentales que se producen en los individuos en aquel sitio”. Sentí que me comenzaba a convertir en algo científicamente interesante”. (pág. 63).

Durante el viaje, antes de haber llegado al Congo, Marlowe comienza a descubrir el absurdo de la colonización como empresa, la brecha enorme entre los dos mundos y la falta de flexibilidad de criterios. Los blancos se sienten fuertes con sus armas de fuego y aplican su fuerza de forma innecesaria, para que quede claro quien manda ahí. La escena en donde los franceses están disparando a los supuestos enemigos, es patética y absurda la crueldad:

“No había siquiera una cabaña, y sin embargo disparaban contra los matorrales. Según parece los franceses libraban ahí una de sus guerras… En la vacía inmensidad de la tierra, el cielo y el agua, aquella nave disparaba contra el continente… Había un aire de locura en aquella actividad; su contemplación producía una impresión de broma lúgubre”. (pág. 52).

Este mismo sin sentido se repite al final, cuando parten de regreso con Kurtz. Cuando recuperan su seguridad en el barco, los hombres se vengan de una multitud que no les puede hacer nada desde la orilla, que no puede defenderse.Tienen una actitud abusiva y cruel, vergonzosa:

“Tiré del cordón de la sirena, y lo hice porque vi a los peregrinos en la cubierta preparar sus rifles con el aire de quien se dispone a participar de una alegre francachela. Ante el súbito silbido, hubo un movimiento de abjecto terror en aquella apiñada masa de cuerpos. “No haga usted eso, no lo haga. ¿No ve que los ahuyenta usted?….

…Y entonces la imbécil multitud que se apiñaba en cubierta comenzó su pequeña diversión y ya no pude ver nada más debido al humo”. (pág. 147).

Después de escenas como éstas, uno se pregunta: ¿quiénes son los salvajes? Ahí, en el corazón de las tinieblas, nadie se comporta como un ser civilizado, ni siquiera quien viene de la civilización.

Aparecen dos ríos, imágenes de las dos culturas: el Támesis, en Europa, en donde serían impensables escenas como éstas dos; y el río Congo, en el Africa, en donde los europeos se permiten atrocidades “para defenderse”, aunque son ellos los que atacan al continente negro. Ambos ríos son imágenes de los mundos que representan: el Támesis corre tranquilo por su cauce, el Congo es peligroso e irregular.

LA SELVA COMO PERSONAJE

La selva no es sólo un escenario. La selva es, en esta novela, un personaje, tiene vida propia y asusta a los europeos que no consiguen develar su misterio:

“…Todo aquello era grandioso, esperanzador, mudo, mientras aquel hombre charlaba banalmente sobre sí mismo. Me pregunté si la quietud del rostro de aquella inmensidad que nos contemplaba a ambos significaba un presagio o una amenaza. ¿Qué éramos nosotros, extraviados en aquel lugar? ¿Podríamos dominar aquella cosa muda, o sería ella la que nos manejaría a nosotros? Percibí cuan grande, cuán inmensamente grande era aquella cosa que no podía hablar, y que tal vez también fuera sorda. ¿Qué había allí? (pág. 73-74).

La selva se impone, es capaz de alterar la vida de los hombres, es un ser extraño que atemoriza:

“Y aquella inmovilidad de vida no se parecía de ninguna manera a la tranquilidad. Era la inmovilidad de una fuerza implacable que envolvía una intención inescrutable. Y lo miraba a uno con aire vengativo”. (pág. 88).

Los personajes que Marlowe encuentra en esta selva, parecen seres surrealistas, extravagantes, casi cómicos. En realidad todos ellos han desarrollado un aspecto extraño en defensa propia frente al medio hostil. Sin embargo vale la pena hacerse esta pregunta: ¿la selva los ha transformado, o los individuos que son capaces de embarcarse en una aventura como ésta son excéntricos por definición?

El primero que sorprende a Marlowe por estrafalario es el funcionario:

“…hombre vestido con una elegancia tan inesperada que en el primer momento llegué a creer que era una visión. Vi un cuello alto y almidonado, puños blancos, una ligera chaqueta de alpaca, pantalones impecables, una corbata clara y botas relucientes… Su aspecto era indudablemente el de un maniquí de peluquería, pero en la inmensa desmoralización de aquellos territorios, conseguía mantener esa apariencia. Eso era firmeza” (pág. 58 y 59).

Luego el viudo con seis hijos que adoraba a las palomas mensajeras:

“En el trabajo, cuando se debía arrastrar por el barro bajo la quilla del vapor, recogía su barba en una especie de servilleta blanca que llevaba para ese propósito, con unas cintas que ataba tras las orejas. Por las noches, se le podía ver inclinado sobre el río, lavando con sumo cuidado esa envoltura en la corriente, y tendiéndola después solemnemente sobre una mata para que se secara”. (pág. 78-9).

Y finalmente el ruso que admiraba a Kurtz:

“Era como un arlequín. Sus ropas habían sido holanda cruda, pero estaban cubiertas de remiendos por todas partes, parches brillantes, azules, rojos y amarillos, remiendos en la espalda, remiendos en el pecho, en los codos, en las rodillas; una faja de colores alrededor de la chaqueta, bordes escarlatas en la parte inferior de los pantalones. La luz del sol lo hacía parecer un espectáculo extraordinariamente alegre y maravillosamente limpio, porque permitía ver con cuánto esmero habían sido hechos aquellos remiendos”. (pág. 120).

Y además tenía un libro. Objeto rarísimo dadas las condiciones de vida en ese lugar.

Ellos tres parecían a Marlowe tan raros como los nativos:

“A ratos tenía, además, que vigilar al salvaje que llevaba yo como fogonero. Era un espécimen perfeccionado; podía encender una caldera vertical…. Tenía los dientes afilados también, pobre diablo, y el cabello lanudo afeitado con arreglo a un modelo muy extraño, y tres cicatrices ornamentales en cada mejilla. Hubiera debido palmotear y golpear el suelo con la planta de los pies, y en vez de ello se esforzaba por realizar un trabajo,iniciarse en una extraña brujería, en la que iba adquiriendo nuevos conocimientos…” (pág. 93).

LAS DOS POSTURAS: LOS CONQUISTADORES Y KURTS

Hay dos maneras distintas de hacerle frente a la colonización: la versión oficial y el modelo de Kurtz. Y ambas posturas son rivales en cuanto a la manera adecuada de actuar en tales circunstancias. Los empleados de la corona esclavizan a los negros para extraer la mayor cantidad de marfil y otras materias primas, pero no intenta comunicarse con ellos, ni asociarse con ellos, ni comprenderlos:

“No eran colonizadores; su administración equivalía a una pura opresión y nada más, imagino. Eran conquistadores, y eso lo único que requiere es fuerza bruta, nada de lo que pueda uno vanagloriarse cuando se posee, ya que la fuerza no es sino una casualidad nacida de la debilidad de los otros. Se apoderaban de todo lo que podían. Aquello era verdadero robo con violencia, asesinato con agravantes en gran escala, y los hombres hacían aquello ciegamente, como es natural entre quienes se debaten en la oscuridad”. (Pág. 39).

Es interesante recordar que Joseph Conrad estuvo en el Congo en el año 1890, enrolado en un barco al servicio de la corona belga, concretamente al servicio de Leopoldo II, dueño absoluto de la región. Lo que dice Marlowe es el testimonio de un hombre que vio con sus propios ojos el desvarío de la codicia y la falta de humanidad. La denuncia implícita tiene un valor añadido, el autor sabe de lo que habla, no se lo han contado terceras personas. Por eso mismo, Conrad no escatima comentarios:

“…Arrancar tesoros a las entrañas de la tierra era su deseo, pero aquel deseo no tenía detrás otro propósito moral que el de la acción de unos bandidos que fuerzan una caja fuerte”. (pág. 80).

La opinión pública europea disfrazaba esta postura dándole un barniz civilizador. Cultura y religión se intercambiaban por materias primas, decían, pero sabemos que no fue así. Marlowe es testigo de la realidad:

“He visto el demonio de la violencia, el demonio de la codicia, el demonio del deseo ardiente, pero ¡por todas las estrellas!, aquellos eran unos demonios fuertes y lozanos de ojos enrojecidos que cazaban y conducían a los hombres, sí, a los hombres, repito”. (pág. 55-6).

Frente a esta actitud, tenemos a Kurtz, un hombre misterioso, a quien todos temen y envidian, porque él tiene sus propios métodos para conseguir la mayor cantidad de marfil que se exporta. Desde el principio de la novela, Kurtz es un misterio que se hace presente a través de los comentarios comunes a todos: “Es un prodigio”, “Es un emisario de la piedad, la ciencia y el progreso, y sólo el diablo sabe de qué más”, “Es una persona notable”, etc. Todos tienen su nombre en la punta de la lengua, el lector aún no lo conoce, pero oye constantemente hablar de él y sabe que los que hablan de él lo prefieren lejos del Congo.

Kurtz llegó al Congo con buenas intenciones, al principio defendía ciertos ideales:

“…Cada estación debería ser como un faro en medio del camino, que iluminara la senda hacia cosas mejores; un centro comercial, por supuesto, pero también de humanidad, de mejoras, de instrucción”. (pág. 86).

Había escrito un documento: “La supresión de las costumbres salvajes”, en su primera etapa, interesado por los nativos, pero luego cambia de actitud y termina el manuscrito alegando “Eliminad a estos bárbaros”.

Esta primera versión de Kurtz concuerda con la versión que dará su novia inglesa a Marlowe cuando Marlowe le entrega en Londres sus objetos personales: un idealista. Este hombre dotado con gran elocuencia, de pronto se desvía del camino original y decide convertirse en un líder de los salvajes, aprovecha las ventajas que posee como gran comunicador y los esclaviza a su manera:

“…el señor Kurtz carecía de frenos para satisfacer sus apetitos, que había algo que faltaba en él, un pequeño elemento que, cuando surgía una necesidad apremiante, no podía encontrarse en su magnífica elocuencia… La selva había logrado poseerlo pronto y se había vengado en él de la fantástica invasión de que había sido objeto. Me imagino que le había susurrado cosas sobre él mismo que él no conocía, cosas de las que no tenía idea hasta que se sintió aconsejado por esa gran soledad… y aquel susurro había resultado irresistiblemente fascinante…” (pág. 130-1).

Conrad intenta explicar el cambio de Kurtz, intenta explicar cómo la vida en el corazón de las tinieblas puede hacer que el hombre que llega para colonizar se convierta en alguien distinto, ya que no hay límites formales para su actuación. Nada ni nadie lo frenan, se convierte él mismo en su propio juez:

“…¿Cómo poder imaginar entonces a qué determinada región de los primeros siglos pueden conducir los pies de un hombre libre en el camino de la soledad, de la soledad extrema donde no existe policía, el camino del silencio, el silencio extremo en donde jamás se oye la advertencia de un vecino generoso que se hace eco de la opinión pública?” (pág. 114).

Interesante reflexión que nos hace pensar ¿a qué niveles de lo inesperado puede llegar uno mismo sin una ley que sirva de control, sin los límites que nos imponen la culpa y el castigo?

La postura de Conrad se opone a la teoría de Rousseau: el hombre es puro y la sociedad lo corrompe. Conrad plantea lo contrario: la sociedad, con sus leyes, lo fuerza a ser bueno, sin ella es un salvaje.

En todo caso, los dos modelos (los administradores de la corona y Kurtz) son crueles e insaciables, y ambos bandos causan horror. Kurtz tiene una suerte de pacto con los nativos y los lidera, es casi un dios para ellos, pero igual les saca el marfil a cualquier precio. La diferencia es que se entiende con los salvajes, comparte su mundo con ellos. Pero no deja de ser espeluznante el terror que impone: la escena en donde aparecen las cabezas de los enemigos derrotados en las estacas alrededor de la casa, resulta tan violenta como aquellas escenas en donde los negros se arrastran con cadenas y dolor ante el látigo del conquistador blanco.

A pesar de eso los nativos no quieren que se vaya Kurtz, es su jefe, lo respetan y obedecen. Aceptan la crueldad como parte de sus vidas. Kurtz es uno de ellos, un miembro, el más poderoso, de la comunidad. A los blancos, en cambio, los odian. De ellos no aceptan nada porque los consideran invasores.

LOS CONTRASTES

Es sorprendente cómo consigue Conrad crear un clima de misterio acentuando los contrastes con la misma precisión que lo haría un pintor barroco. Luz y oscuridad, silencio y alaridos, quietud y movilidad, se suceden constantemente y eso produce desconcierto en los blancos que desconocen los fenómenos naturales de este continente:

“Culminó con el estallido acelerado de un chillido exorbitante, casi intolerable, que al cesar nos dejó helados en una variedad de actitudes estúpidas, tratando obstinadamente de escuchar el silencio excesivo, casi espantoso, que siguió”. (pág. 98).

El lector no puede dejar de sentir intranquilidad, incluso miedo, por estos cambios bruscos e inesperados que se suceden vertiginosamente en esta selva indomable:

“…corrientes de seres humanos, de seres humanos desnudos, con lanzas en las manos, con arcos y escudos, con miradas y movimientos salvajes, irrumpieron en la estación, vomitados por el bosque tenebroso y plácido. Los arbustos se movieron, la hierba se sacudió por unos momentos, luego todo quedó tranquilo, en una tensa inmovilidad”. (pág. 133).

Los africanos están descritos en relación con el hombre que el europeo conoce, y que es la imagen que tiene interiorizada:

“No. No se podía decir inhumanos. Era algo peor, sabéis, esa sospecha de que no fueran inhumanos. La idea surgía lentamente en uno. Aullaban, saltaban, se colgaban de las lianas, hacían muecas horribles, pero lo que en verdad producía estremecimiento era la idea de su humanidad, igual que la de uno, la idea del remoto parentesco con aquellos seres salvajes, apasionados y tumultuosos”. (pág. 91).

LA VUELTA A LA CIVILIZACION

Cuando Marlowe regresa está cambiado. Después de la experiencia que ha vivido, ya no puede ser el mismo. Lo que ha visto lo ha nutrido, sabe que el mundo es más amplio de lo que pensaba, que no resulta tan fácil vivir, ni tomar decisiones, ni juzgar a los otros por las decisiones que toman. Quien no se ha movido de su tierra, no conoce nada más que lo que tiene por delante. Pero esto también lo convierte en un desadaptado:

“Me encontré una vez más en la ciudad sepulcral, sin poder tolerar la contemplación de la gente que se apresuraba por las calles para extraer unos de otros un poco de dinero, para devorar su infame comida, para tragar su cerveza malsana., para soñar sus sueños insignificantes y torpes. Eran una infracción a mis pensamientos. Eran intrusos cuyo conocimiento de la vida constituía para mí una pretensión irritante, porque estaba seguro de que no era posible que supieran las cosas que yo sabía”. (pág. 153)

Al final de la novela, cuando la novia inglesa de Kurtz pregunta que cuáles fueron sus últimas palabras, Marlowe miente y le dice que fue su nombre. ¿Por qué miente Marlowe? Porque ella, que recordaba al Kurtz que partió lleno de ideales, no entendería nada de la vida del Kurtz que Marlowe conoció transformado por Africa. De esta manera acentúa Conrad las terribles diferencias entre los dos mundos, la dificultad de compartir y comprender lo que no se conoce. Marlowe es el único que ha tenido contacto con el corazón de las tinieblas, es el único que sabe y comprende, por eso no censura a Kurtz, lo elige. Entre las dos barbaries, (entre las dos pesadillas) opta por la que le parece menos mala, porque valora el intento de mezclarse con los salvajes, de convertirse en uno de ellos, en el mejor de ellos, en el más salvaje.

Las citas textuales han sido tomadas de la edición de bolsillo de Random House Mondadori, año 2003. Traducción de Sergio Pitol.