El Amante de Lady Chatterley

D. H. Lawrence

Autor: D. H. Lawrence

Interesante novela publicada por un valeroso editor florentino de nombre Orioli en el año 1928. En Estados Unidos y Gran Bretaña estuvo prohibida por la censura hasta el año 1959 y 1960, respectivamente. Se le tildó de obscena, un texto ofensivo al público a quien la censura debía proteger de tanta vulgaridad.

¿Por qué tanto revuelo? Porque D. H. Lawrence plantea la importancia de la sexualidad, en hombres y mujeres, como vehículo indispensable para conseguir un estado de armonía. El placer es producto de un aprendizaje, por lo tanto requiere de una actitud abierta y energía para no dejarse vencer por las trabas que la sociedad impone. La plenitud pasa necesariamente por la sexualidad asumida con alegría y entrega.

Este planteamiento responde a una propuesta más amplia, en donde la vitalidad está en juego contra las fuerzas conservadoras que pactan con la insatisfacción por cobardía o inercia. La vitalidad así entendida, no es otra cosa que la integración de la mente y el cuerpo en lo personal, y de la naturaleza y aquello creado por el hombre en la sociedad. En vez de enfrentarse, las partes deben unirse y potenciarse. Pienso que ese es el valor de Lawrence, recordarle al lector la importancia del cuerpo, de la naturaleza, de lo bello. Sentir y pensar no deben ser excluyentes sino complementarios.

Connie Chatterley está casada con un hombre que quedó inválido e impedido después de la guerra. Ella es joven e intenta convertirse en una buena compañera. Entre la pareja el contacto físico es inexistente, ambos mantienen un trato poco afectuoso en donde no se prodiga el cariño físico para evitar complicaciones. Ella lo apoya en su trabajo intelectual, incluso frecuenta a sus amigos como una presencia necesaria y estimulante para el marido. Necesaria pero silenciosa. Las buenas intenciones de esta mujer obedecen a una actitud mental que le exige adecuarse a la realidad y se empeña en convertirse en la mujer que Clifford necesita, casi una enfermera. La represión de sus instintos no es voluntaria, responde a la incapacidad de él, a los desastres de la guerra que lo ha mutilado. Pero la vida sin sexo le pasa factura:

“El cuerpo entero se le estaba volviendo insulso, pesado, opaco, una sustancia insignificante. La hacía sentirse inmensamente deprimida y desesperanzada. ¿Qué esperanza podía tener? Era vieja, vieja a los veintisiete años, sin chispa ni fulgor en la carne. Vieja de tanto abandono y tanta renuncia; sí, de renuncia. Las mujeres de moda mantenían el cuerpo brillante como una delicada porcelana, por atención externa. Dentro de la porcelana no había nada; pero ella ni siquiera tenía ese brillo. ¡La vida mental! ¡De pronto odió con furia impetuosa aquel engaño!”. (pág. 90).

Intenta algunos escarceos con el beneplácito de su marido, hasta que un día aparece Mellors, el guardabosques.

Como su cargo lo indica, Mellors representa a la naturaleza en su estado primitivo. Llega a trabajar para Clifford buscando deliberadamente un refugio, lejos de la ciudad. Luego de un matrimonio fracasado elige la soledad en el campo. Su ex mujer había encarnado la promesa de una relación física satisfactoria después de varios intentos vanos, pero tampoco funcionó. El hombre se sintió abusado, ella conocía el poder que su cuerpo ejercía sobre su marido y comenzó a negarse, a maltratarlo. La llegada de Mellors a la propiedad de los Chatterley está cargada de desilusión pero es, también, un grito de libertad, el deseo de recomponer su vida rodeado de belleza, de aire puro.

Cuando las miradas de Connie y mellors se cruzan el fuego se enciende dentro y fuera de ellos.

Clifford había planteado a Connie la posibilidad de una relación extra matrimonial para que pudiera darle un heredero. En la mente de Clifford, un impotente, una escapada de esa naturaleza no habría de crearle a ella ningún problema, no contaba con los sentimientos de Connie. Lo que proponía era una relación de laboratorio: una vez embarazada, ella olvidaría al otro y volvería con su marido como si nada hubiera sucedido, como si Connie y el elegido fueran dos máquinas al servicio de la dinastía Chatterley.

Mellors es una buena excusa, pero no una máquina. Y Connie lo sabe, por eso le gusta.

La llegada de la señora Bolton para servir a Clifford y atenderlo, producirá un cambio en Clifford. Acepta la compañía de esta mujer con naturalidad, con la naturalidad que a él le corresponde: ella es una asalariada y está ahí por un trabajo concreto. Por lo tanto consigue relajarse con ella a su lado, no siente culpa porque no le debe nada, nada le puede reclamar. Una bocanada de aire penetra en la casa y Connie tendrá más ocasiones para deambular por el bosque liberada al fin de sus labores como enfermera.

Cuatro soledades se entrecruzan y retoman las riendas de sus vidas queriendo alejarse de sus frustraciones: la señora Bolton es viuda y necesita trabajar, le gusta la idea de servir a un personaje importante y disfruta del poder que tiene sobre el inválido. Sin la señora Bolton en casa, ¿hubiera Connie corrido a los brazos de Mellors? Lawrence describe así la situación de los Chatterley:

“Era como si se hubieran entremezclado miles y miles de raicillas y hebras de conciencia de ella y él, formando una intrincada maraña, hasta no poder más; y la planta se moría. Ahora, serenamente, sutilmente, se dedicó a desenredar esa maraña de las dos conciencias, cortando las hebras con suavidad, una por una, con paciencia, deseosa de sentirse libre.

…El aún deseaba las viejas e íntimas veladas con Connie, en las que conversaban o leían en voz alta. Pero ahora, ella conseguía disponer las cosas de forma que la señora Bolton entrara a las diez a interrumpirles. A las diez en punto Connie podía subir a su habitación y quedarse a solas. Clifford estaba en buenas manos con la señora Bolton”. (pág. 107).

Clifford comienza a experimentar nuevas sensaciones con su enfermera y cambia de actitud, recibe la caricia y la disfruta:

“Era muy hábil, con su tacto suave moroso, un poco lento. Al principio, a él le había molestado el tacto infinitamente suave de aquellos dedos en su cara. Pero ahora le gustaba, con una creciente voluptuosidad. La dejaba que le afeitase casi todos los días, con el rostro cerca del de él, y los ojos muy concentrados para que todo saliese bien. Y gradualmente, las yemas de los dedos de la señora Bolton conocieron a la perfección sus mejillas y sus labios, su barbilla, su mandíbula y su cuello.

…. A ella le gustaba tocarle. Le encantaba tener su cuerpo a su cargo, absolutamente, aún en los más bajos menesteres…” (pág. 125).

En esta escena llena de erotismo, Clifford se entrega al placer que le producen las manos de la señora Bolton porque se siente más “fuerte” que ella. Superior. La presencia de su mujer le recuerda, en cambio, su impotencia, y lo humilla. Como resultado de esta extraña relación, Clifford recupera el entusiasmo por sus proyectos y vuelve a trabajar. La mente se llena de energía cuando el cuerpo ha sido mimado: ésta es la vitalidad de la que hablamos al principio.

“En cierto sentido la señora Bolton hizo de él un hombre, cosa que Connie jamás había conseguido. Connie le había mantenido aparte, y le había hecho sensible y conciente de sí mismo y de sus propios estados. La señora Bolton le había hecho conciente sólo de cosas exteriores. Interiormente comenzaba a ponerse blando como la pulpa. En cambio, exteriormente, comenzaba a ser eficaz”. (pág. 137).

Cuando Mellors comienza su relación con Connie, intuye el fracaso por la presión de la sociedad. Pero, a pesar de su intuición, arriesga. El guardabosques es un ser vital:

“Es la vida –dijo él-. No hay forma de apartarse. Apartarse es casi tanto como morir. De modo que si tengo que empezar otra vez, empezaré.” (pág. 150).

El, que se había refugiado en el bosque, detesta la civilización industrial. Todos los males vienen de ella, denuncia Mellors, porque en vez de contribuir al bien del hombre, lo destruye. Es una revolución mezquina, materialista, insensible. En los diálogos de este personaje se devela la ideología de D. H. Lawrence respecto al mundo que le ha tocado vivir:

“No era culpa de la mujer, ni del amor, ni del sexo. La culpa estaba allá, en aquello, en las perversas luces eléctricas y los diabólicos tableteos de las máquinas. Allí, en el mundo del maquinismo codicioso y de la codicia mecanizada, centellante de luces, derramando metal derretido y rugiendo de tráfico, allí es donde estaba el inmenso mal, dispuesto a destruir a quien no se adaptase. No tardaría en destruir el bosque, en donde no volverían a brotar las campanillas. Todas las cosas vulnerables perecerían bajo la marea invasora del hierro.” Pág. 151).

Esta postura combativa responde a un personaje que cuestiona su época, con una mente crítica y alerta que lo aparta de la mayoría. La apuesta por hacer dinero y prosperar no despierta entusiasmo en Mellors, a él lo mueven otras cosas: el deseo de sentirse bien consigo mismo, la vida en el bosque, la ternura en las relaciones humanas y el placer sexual:

“… Para mí, el eje de mi vida cosiste en tener una relación cabal con una mujer.” (pág. 259).

La frase, así de sencilla, es una provocación. Las novelas, y la vida, están plagadas de confesiones en donde los proyectos humanos son generalmente ambiciosos y elaborados. Sobretodo cuando el personaje es un hombre. Más aún, cuando el hombre que habla es el protagonista de una novela.

Mellors “se limita” a encontrar una buena pareja, en ello centra sus ambiciones. Sin embargo todos sabemos, aunque no necesariamente lo reconocemos, que ésta es una decisión sabia y arriesgada porque son pocos los seres humanos que consiguen establecer una “relación cabal” con su pareja. Señalarlo como el eje de su vida es una manera de insistir en la importancia de la vida doméstica, y en cómo lo cotidiano prima sobre la histórico, lo particular sobre lo general. Otra vez nos estamos refiriendo a la vitalidad que propone Lawrence.

Cuando Mellors critica el desarrollo industrial, lo hace porque considera que se desvía del bienestar individual y se convierte en una carrera materialista cuyo fin es acumular y poseer. No ataca al progreso por el progreso, lo ataca porque desvirtúa el día a día de los trabajadores, los engaña, los aleja de sus valores:

“Ojalá pudiera decírseles que vivir y gastar no significa lo mismo! Pero es inútil. Si se les enseñase a vivir, en vez de enseñarles a ganar y a gastar, podrían arreglárselas muy bien con veinticinco chelines. Si los hombres vistieran pantalón rojo, como digo yo, no pensarían en el dinero; si pudieran bailar y saltar y brincar y cantar y presumir de ser hermosos, se conformarían con poco dinero. Y las mujeres se divertirían, ¡y les divertirían a ellos. Deberían aprender a ir desnudos y hermosos, a cantar todos juntos y a bailar y a bailar las antiguas danzas en grupo, y a tallar los asientos donde se sientan, y a bordar sus propios emblemas. Entonces no habría necesidad de dinero. Y ése es el único medio de resolver el problema industrial: educar a la gente para que pueda vivir, y vivir en la hermosura, sin necesidad de gastar.” (pág. 378).

Lady Chatterley es el paradigma de la mujer que se libera de la imagen que la sociedad le impone. Junto con Madame Bovary, o Ana Karenina, nos sorprenden y seducen estas señoras que reclaman el derecho a ser felices, caiga quien caiga. Es una suerte de liberación femenina, y en los tres casos la sociedad las juzga con dureza y las acusa de haberse permitido un derecho que no les corresponde. Una mujer se debe a los suyos, dice la sociedad, su placer debería posponerse en caso de duda. Emma Bovary es censurada por dejar a su marido, Ana Karenina por abandonar a su hijo y Connie por alejarse de Clifford. No sabemos cuánto de esta censura obedece a la reivindicación de ciertos valores morales, como la fidelidad, muchas veces tenemos la impresión de ser ésta un ajuste de cuentas con un mundo en donde la mujer no es libre de elegir.

Si recordamos la época en que fue publicada la novela, el despertar sexual de Connie es un tema novedoso, y para muchos, liderados por la censura, motivo de escándalo.

Sin Mellors, Connie no habría sido la que fue. El guardabosques es su maestro, una especie de guía en el arte amatorio. Por eso el escenario que elige D. H. Lawrence es el bosque, lugar que tiene un ingrediente salvaje, oscuro, caótico. Este hombre la libera de las normas convencionales y le enseña a conocer su propio cuerpo:

“En la breve noche de verano, aprendió Connie mucho. Habría creído que una mujer se moriría de vergüenza. En vez de eso, fue la vergüenza la que murió. La vergüenza del temor, la honda vergüenza orgánica. El viejo, antiguo temor físico que anida en nuestras raíces corporales, y sólo puede ser expulsado por el mismo fuego sensual, había sido despertado y puesto en fuga por el acoso fálico del hombre, y entonces se encontró ella en el mismísimo corazón de su propia selva. Sentía ahora que había llegado al verdadero lecho rocoso de la naturaleza, y que carecía esencialmente de vergüenza. Era su yo sensual, desnudo, desvergonzado. Se sentía triunfal, casi gloriosa. ¡Con que era eso! ¡Eso era la vida! ¡Así es cómo era uno realmente! No existía nada que disfrazar ni nada de qué avergonzarse. Compartía su desnudez con un hombre que era otro ser.” (pág. 313).

Es inevitable la identificación del lector con la protagonista. La búsqueda a la cual se entrega, guiada siempre por su amante-maestro, la convierte en un ser pleno. La invitación tácita a seguirla queda por lo tanto implícita, Connie es una heroína, un personaje valiente que ha conseguido escalar etapas y romper ataduras. Es importante señalar que cuando ella habla de su falta de vergüenza, se refiere no sólo a la superación de viejos tabúes, si no también a la ausencia de culpa. Por eso la plenitud.

Por momentos, uno tiene la sensación de estar leyendo un manual de educación sexual y no una novela. La crudeza de ciertos diálogos (“Por aquí cagas y por aquí meas, y te pongo la mano en los dos lados y me gustas por eso. Me gustas por eso. Tienes un auténtico culo de mujer, orgulloso de sí…”), las descripciones de algunas experiencias (la larga enumeración que hace el guardabosques de las mujeres que ha conocido, detallando con crudeza sus gustos sexuales y sus demandas, por ejemplo), o las confidencias de los amantes recogidas con la naturalidad del momento sin “retoques literarios” (“El hombre se miró en silencio el falo tenso, imperturbable- -Sí –dijo al fin con voz queda-. Sí, muchacho. ¡Ahí estás tú y puedes levantar la cabeza! Eres tu propio señor, ¿eh?, ¡y no tienes que rendir cuentas a nadie!… el coño, eso es lo que buscas. Dile a Milady que quieres el coño, John Thomas, ¡que quieres el coño de Milady”), puede disgustar a más de uno.

Creo, sin embargo, que en esta novela son necesarios estos momentos porque obedecen al desarrollo del tema. La intimidad entre los amantes suele ser así. Y por eso choca, quizá. Las novelas románticas, y el cine, nos han acostumbrado a escenas y diálogos tópicos, alejados de lo muy cotidiano. Todos sabemos que lo cotidiano en la intimidad, a puertas cerradas, puede en algunas ocasiones llegar incluso a ser cursi. Es la ternura la que reivindica el lado cursi de la vida.

Mellors no se limite a ser un maestro en la vida sexual de Connie, su condición de buen amante no lo resume. Mellors es mucho más que una buena pareja en la cama. La valía de este personaje está en su vida afectiva, en la importancia que él otorga a los sentimientos, en su humanidad y ternura. Esa es la mejor faceta del guardabosques, la más lograda. Es difícil encontrar a un hombre que cultive abiertamente la ternura en:

“-…¿Te digo yo qué es lo que tienes que no tienen los demás hombres, y lo que hará posible el futuro? ¿Te lo digo?
-Dímelo –replicó él.
-La valentía de tu propia ternura, eso es lo que es; como cuando me pones la mano en el culo y dices que es un culo precioso”. (pág. 349).

Más adelante, él responde:

“…”Yo defiendo el conocimiento del contacto personal entre los seres humanos”, se dijo a sí mismo, “y el contacto de la ternura. Y ella es mi compañera… Gracias a Dios tengo a una mujer que está conmigo, y es tierna y conciente de mí. Gracias a Dios no es déspota, ni tonta. Gracias a Dios es una mujer tierna y conciente”. Y al derramar su semen en ella, su alma voló hacia ella también, en ese acto creador que va mucho más allá de la procreación.” (pág. 352).

La complicidad entre ellos no es sólo física. En la relación hay sentimientos, por eso la novela termina con un final abierto. Y a pesar del final abierto, el lector tiene la sensación de que volverán a vivir juntos y a criar juntos al niño que esperan. Se lo merecen.

* Los textos han sido tomados de la edición de bolsillo de Alianza Editorial, año 2005. Traducción de Francisco Torres Oliver.