Aura

Carlos Fuentes

Autor: Carlos Fuentes

Novela corta, no por ello minimalista, Aura, como su nombre lo indica, es pura atmósfera: misteriosa por inasible, atractiva por turbia, aterradora porque funciona. El tiempo no es lineal, la juventud no es energía y la muerte no es el final en esta novela en donde todas las combinaciones son extrañas e inquietantes.

La atmósfera de Aura es barroca: por decadente y retorcida, por los contrastes que la definen y por la presencia de los rituales religiosos al lado de lo profano. Lo inesperado es frecuente en este mundo alucinante que crea el escritor Carlos Fuentes para sus personajes de pesadilla. La elección del pronombre “TU”, a quien va dirigida la narración, es parte de este efecto alucinatorio. ¿Quién es ese TÚ?: ¿Felipe Montero, el personaje que es introducido a la casa de la vieja Consuelo a través del anuncio del periódico, o el lector que, introducido de la mano de Felipe en la misma casa, presencia las mismas escenas? En realidad ese TU es Felipe, pero la aparente confusión que produce intriga y descoloca. Descoloca, porque es muy poco frecuente el uso de la 2ª. persona del singular en una novela, y sobre todo porque resulta intimidatorio: quien se dirige a ese TÚ le susurra en la oreja, y le habla con autoridad, como habla alguien que sabe lo que está pasando, y sabe, en este caso, lo que pasará.

Por eso también es interesante señalar el juego de los tiempos verbales: el presente y el futuro se alternan con absoluta normalidad. El efecto que produce esta alternancia nos lleva a formular una pregunta: ¿dónde está ubicado el narrador? Porque quien se dirige a Felipe no sólo conoce el presente, sino sabe de antemano lo que va a suceder. Ese narrador está fuera del tiempo y tiene una proyección mágica.

En realidad, el lector todavía no lo sabe, pero el uso del futuro es una señal del “hechizo” bajo el cual actuará Felipe: YO sabía que tú leerías el anuncio, sabía que tú contestarías al llamado, por lo tanto yo no sólo sé, si no que te domino: yo te llamo y te uso para satisfacer mis necesidades. El narrador, o la narradora, es un mago o maga que ejerce un poder sobre Felipe. Cuando dice “tú releerás”, está adelantándose a Felipe y le anuncia lo que hará, con tal seguridad, que intuimos que, incluso, conoce el final.

La primera vez que un escritor utilizó la 2ª. persona del singular, fue Michel Butor, en la novela La Modificación, del año 1957. Francés, Butor fue parte del movimiento que dio origen a Le Nouveau Roman con Alain Robbe-Grillet, Claude Simon y Nathalie Sarraute.

Carlos Fuentes la utiliza en Aura y en La Muerte de Artemio Cruz, ambas novelas publicadas en el año 1962.
Una vez enganchado Felipe, el narrador nos da algunos detalles sobre su vida, pocos pero suficientes para delinear su mediocridad: está en un cafetín sucio y barato, usa transporte público lleno de gente e incómodo, vive de un sueldo que es la cuarta parte de lo que podría recibir si acepta la oferta del diario. El mundo cotidiano de Montero es poco interesante, monótono, con muchas limitaciones, por eso la oferta de dinero y la demanda de ciertos conocimientos (estudios de historiador y francés), lo atraen: el dinero es un anzuelo, su curriculum es el reconocimiento a su formación.

Cuando leemos que las características requeridas al candidato son aquellas que definían al marido muerto, podemos lanzar la primera sospecha: ¿por qué Consuelo los quiere iguales? En realidad el lector no tiene todavía elementos para sospechar y creerá que las exigencias del trabajo que debe realizar el candidato son las que priman en el anuncio. En una relectura se ve claramente cómo aparecen uno a uno los elementos del juego: Felipe tiene que ser igual al General Llorente, o, ya que Felipe tiene mucho en común con el General Llorente, es elegido por Consuelo para satisfacer sus deseos seniles. Las dos situaciones no son excluyentes, se dan al mismo tiempo y sin ningún orden, no sabemos cuál es la causa, cuál el efecto. Pero la identificación de los dos hombres con el objeto de deseo de Consuelo es un hecho.

Habíamos dicho que en Aura todo es atmósfera. Para comenzar, el lugar de los hechos: el escenario es la casa de Consuelo en el centro viejo de la ciudad. Este barrio es un lugar prácticamente deshabitado en donde la numeración es caótica: los números antiguos y los nuevos conviven y se sobreponen sin orden ni concierto. Vemos de esta manera como el presente y el pasado están enredados en los muros de piedra que los guardan e integran.

“Unidad del tezontlé, los nichos con sus santos truncos coronados de palomas, la piedra labrada de barroco mexicano, los balcones de celosía, las troneras y los canales de lámina, las gárgolas de arenisca. Las ventanas ensombrecidas por largas cortinas verdosas: esa ventana de la cual se retira alguien en cuanto tú la miras, miras la portada de vides caprichosas, bajas la mirada al zaguán despintado y descubres 815, antes 69”.

Es imposible concebir esta novela en una ciudad moderna como Nueva York o Madrid. México D.F., o cualquier ciudad sudamericana importante, tienen una particularidad: en ellas conviven tiempos arcaicos y modernos, codo a codo, como la cosa más natural del mundo. Y no sólo tiempos, también culturas, idiomas, razas distintas. En estas ciudades el surrealismo es parte del día a día: cosas que serían catalogadas de extrañas en el primer mundo, allí son cotidianas: los mercadillos ambulantes en donde se vende el elíxer para el amor, o las hierbas con propiedades curativas, los amuletos de la selva, etc. Es en este contexto en donde Fuentes ubica a Consuelo, un medio que resulta natural a su extraño personaje.

Sin embargo no es en la ciudad en donde se desarrolla la historia, es en la casa. Ahí se recluyen Felipe, Consuelo y Aura. El relato es claustrofóbico, porque una vez que ingresa Felipe y deja el mundo exterior, cierra una puerta que no se volverá a abrir:

“Antes de entrar miras por última vez sobre tu hombro”…

Lo que deja atrás es un mundo caótico, chato, indiferenciado, para entrar en el sueño, en la magia. Y lo que atraviesa para llegar a la casa es aterrador: un callejón oscuro, humedad, podredumbre, perfumes espesos. El cambio lo asusta:

“Buscas en vano una luz que te guíe”.

Esa luz aparece en la forma de una voz que ordena: “camine”, “encontrará”, “cuéntelos”. De una manera sutil el mensaje es: acostúmbrese a la oscuridad, este es su nuevo entorno. Al principio, las órdenes que da Consuelo son amables y corteses: “le ruego”, “tenga la amabilidad”. Felipe todavía no ha aceptado el puesto, Consuelo tantea el terreno, seduce.

Cuando hay luz en el dormitorio ésta es muy tenue, casi mínima: luces de veladoras, o simplemente reflejos de cristal, de plata, de cera, de vidrios. Otra vez tenemos aquí los elementos que crean atmósfera, “una nueva luz, grisácea, filtrada”, reflejos más cercanos a la oscuridad que a la propia luz. Y luego una mano que “parece atraerte”, no dice “llamarte”, sino atraerte, como si fuera parte del hechizo.

De esta manera vamos sumando elementos que connotan un mundo de brujería: el conejo, las migajas sobre la cama (luego sabremos que Consuelo usa muñecos rellenos de harina como amuletos), los frascos con líquidos blancuzcos. Y otra vez los contrastes: en este ambiente oscuro “ciega el brillo”, hay “edredones de seda roja, raídos y sin lustre”. La seda, por definición, es luminosa, en esta cama no: está raída y sin lustre.

La primera orden que recibe Felipe en cuanto al trabajo que debe realizar es: “Usted aprenderá a redactar en el estilo de mi esposo”. Felipe no sabe que eso es el principio de su metamorfosis: redactando como él te convertirás en él. El lector tampoco lo sabe todavía.

Felipe no quiere quedarse a vivir en la casa, acepta el trabajo pero no el alojamiento, entonces Consuelo convoca a Aura para tentarlo, necesita del aspecto de la joven:

“Al fin podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los ojos verdes que has conocido o podrás conocer. Sin embargo no te engañas: esos ojos fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que sólo tú puedes adivinar y desear.

-Sí. Voy a vivir con ustedes”.

Una vez alojado en la casa, la habitación de Felipe será la única que tiene luz. Pero los contrastes siguen marcando el paisaje doméstico: la blandura del colchón en la cama de metal, el quinqué que da una luz opaca, el sillón de terciopelo rojo al lado de la mesa con cuero verde.

Cuando Felipe sale de su cuarto anda como ciego “con los brazos extendidos, rozando la pared”. Más que ciego, parece sonámbulo, o hipnotizado.

Suceden cosas inexplicables: ¿quién trajo sus cosas si no hay criado?, ¿por qué hay cuatro cubiertos en la mesa?, ¿Qué gatos ha escuchado aullar si no hay gatos?

Felipe dice que siente “impudicia hipnótica” cuando bebe el vino (¿tenía algún brebaje dentro?) porque luego entrega su llave y acepta no salir de la casa. ¿Ya comenzó a funcionar la brujería?

Luego él sorprende a Consuelo en una escena religiosa en donde ella implora, demanda, suplica ante unas imágenes. Lo religioso y lo profano se funden y aparece el erotismo relacionado con la religión y la magia:

“A las viejas sólo nos queda… el placer de la devoción”.

Después de estas experiencias, Felipe recibe la primera entrega de los folios, amarrados con cordón amarillo.

Una vez leídos, Felipe ve a los gatos “encadenados unos con otros”. No sabe qué ha sucedido, si los vio o los imaginó, pero luego comprenderá él (y nosotros) que esta escena está relacionada a la vida erótica del general y Consuelo.

A la hora de la comida, se sorprende al ver a las dos mujeres realizando los mismos movimientos y a Aura que come “con esa fatalidad mecánica, como si esperara un impulso ajeno a ella para tomar la cuchara, el cuchillo, partir los riñones…” Consuelo, en cambio, “te mirará de frente para que tú la mires…” como si lo estuviera hipnotizando.

El intuye que algo raro pasa, y supone que la joven está tiranizada por la vieja, (la ironía es que él también está siendo tiranizado). Cuando duerme esa noche sueña, y mezclado con el sueño aparece Aura, la niña Aura.

Luego de la primera relación amorosa, Consuelo le entrega los nuevos folios, amarrados con la cinta azul. En esa lectura Felipe descubre datos del pasado de Consuelo, datos que la relacionan con Aura: se vestía de verde, igual que Aura, tenía los ojos bellos, iguales a los de Aura. También se entera del odio que profesaba Consuelo a los gatos a quienes torturaba como un sacrificio simbólico para que el amor entre ella y su marido se nutriese. Y lo más importante es esta frase del general, palabras reveladoras dirigidas a su mujer:

“¿Qué no harías tú para mantenerte siempre joven?”

Con esta información Felipe cambia su punto de vista: no está tiranizada por la vieja, vive ahí “para perpetuar la ilusión de juventud y belleza de la pobre anciana enloquecida”.

Esta idea comienza a madurar en su cabeza hasta que Felipe presencia la escena del macho cabrío, (en donde hay una referencia bíblica y otra vez lo sagrado y lo profano están juntos) y se horroriza al ver a las dos mujeres realizando exactamente los mismos gestos. Como un par de autómatas.

Y él también cuando come:

“…con la muñeca en la mano izquierda y el tenedor en la otra, sin darte cuenta al principio, de tu propia actitud hipnótica…”

Luego descubre las plantas:

“…los usos de este herbario que dilata las pupilas, adormece el dolor, alivia los partos, consuela, fatiga la voluntad, consuela con una calma voluptuosa”.

Se refugia en los brazos de Aura y en esta escena Felipe se une a la mujer de 40 años, en un ritual en donde no falta el crucifijo, la oblea, las migajas, y el lenguaje religioso:

“Aura se abrirá como un altar”.

Aura, en un día, ha envejecido 20 años, y le pregunta (y se proyecta): “¿Me querrás siempre?… ¿Aunque envejezca? ¿Aunque pierda mi belleza? ¿Aunque tenga el pelo blanco?”. El dice que sí, pero se da cuenta con horror que la vieja Consuelo ha estado presente en el dormitorio, ha visto todo, ha participado en silencio de la unión.

Peor aún, Felipe siente que no sólo eran dos las mujeres, sino que eran dos también los hombres:

“…la concepción estéril de la noche pasada engendró tu doble”.

Preparando el tercer encuentro amoroso, Consuelo se disfraza de Aura para ocultar su identidad, habla en voz muy baja para que no la reconozca felipe, y le dice que estarán solos esa tarde en casa. Luego aparece vestida con el traje de novia que usó en su juventud.

Felipe se cuela en el cuarto de la vieja y extrae el tercer folio, amarrado con cinta roja. Estas hojas son reveladoras, aquí nos enteramos de los deseos de Consuelo, de sus anhelos, de sus frustraciones:

“Sé porque lloras a veces, Consuelo. No te he podido dar hijos a ti, que irradias la vida”.

“Le advertí a Consuelo que esos brebajes no sirven para nada. Ella insiste en cultivar sus propias plantas en el jardín. Dice que no se engaña. Las hierbas no la fertilizarán en el cuerpo, pero sí en el alma…” “Sí, sí, sí, he podido: la he encarnado; puedo convocarla, puedo darle vida con mi vida”. Pero lo más escalofriante para Felipe es cuando ve la fotografía de Consuelo y el general Llorente, y se reconoce: “…te encuentras, borrado, perdido, olvidado, pero tú, tú, tú”. Sólo ahora nos damos cuenta que el TÚ inicial que iba dirigido a Felipe y de manera indirecta al lector, también se dirigía al general. Felipe ya no es él, está sucediendo algo con su identidad, es un títere que se presta al juego de la hechicera, pero lo hace porque el deseo por Aura lo domina. Cuando llega al cuarto de Consuelo la oscuridad es total y él no ve, ni quiere ver, sólo quiere poseer. Y posee a Consuelo, la vieja, que es la única real. Aura es un hechizo que dura sólo tres días, luego se esfuma como un fantasma.

Esta escena del joven con la vieja es brutal. El narrador no escatima adjetivos para describir la decadencia física del cuerpo femenino, pero Felipe no es capaz de detenerse porque ya no es Felipe el que está en la cama con ella, ¿es el general? Los contrastes se mantienen hasta el final. La juventud y la vejez, la belleza y la fealdad, la luz y la sombra, el brillo y la oscuridad, lo atractivo y lo decadente, la magia y la realidad, el presente y el pasado. Incluso el tiempo que puede ser lineal y cíclico:“No volverás a mirar tu reloj, ese objeto inservible que mide falsamente un tiempo acordado a la vanidad humana, esas manecillas que marcan tediosamente las largas horas inventadas para engañar al verdadero tiempo, el tiempo que corre con velocidad insultante, mortal, que ningún reloj puede medir”.

El erotismo en Aura es una fuerza imparable y una forma de entendimiento. A través de él se concibe la belleza y el horror. El contacto de los cuerpos es necesario para el contacto de las mentes. Lo físico es un vehículo de placer y de conocimiento.

Aura es una obra de arquitectura: es un relato corto y simétrico: tres folios y tres colores, tres encuentros amorosos, tres etapas de Aura-Consuelo: juventud, madurez y vejez, tres días.

Casi perfecto. Porque hechiza al lector al mismo tiempo que hechiza a Felipe. El uso del TÚ es un hallazgo: el relato se introduce como un narcótico en la piel, atrae, atrapa, y el lector termina entregándose. Sabemos que es puro artificio, pero funciona bien como artificio: Aura produce sensaciones y al mismo tiempo estremece y conmueve. Porque la locura de Consuelo es pavorosa pero también consigue enternecer al lector.